Ante la previsible subida de tipos, hay que ser prudentes en la toma de decisiones y estructurar la deuda de acuerdo a las necesidades de la empresa para los próximos 3-5 años.
Dice el refranero español que donde falta la previsión, faltará la provisión, y ante el cambio de paradigma en el que nos encontramos, la cautela se impone en la toma de decisiones de los equipos financieros. Parar, repensar y actuar. Esta situación de incertidumbre lleva al difícil debate que tantas veces hemos vivido: ¿estamos en el punto más bajo de tipos? ¿Refinancio ahora la deuda antes de que suban más los tipos?
El tirón del consumo tras el confinamiento, con los consiguientes cuellos de botella en las cadenas de suministro, y que aún no ha cesado, y el mayor encarecimiento de los costes energéticos y las materias primas por el conflicto bélico en Ucrania han disparado la inflación. En poco más de un año, en España el IPC ha pasado del terreno negativo a quedarse al borde de los dos dígitos. Y todavía nos queda un periodo tradicionalmente inflacionista, como es el verano.
Esos altos niveles tienen también su reflejo en otras economías, lo que ha obligado a los bancos centrales a dejar de velar por el debilitado crecimiento post pandemia y el empleo y volver a dirigir sus políticas al leit motive que justifica sus decisiones: la inflación.
El Banco Central Europeo acaba de publicar su hoja de ruta para contener los precios con el mecanismo más obvio de los que disponen: la subida de tipos. A falta de la bola de cristal, en otoño parece que se abandonarán los tipos negativos y que el tipo de referencia oficial iniciará una senda alcista. Sin entrar en el debate sobre la encrucijada en la que se encuentran los bancos centrales para evitar la temida estanflación, porque como apuntaba un informe de BBVA Research: “Si se quedan cortos, se tardará más en atajar la inflación; si se pasan, pueden provocar una recesión”, en breve los costes financieros de las empresas empezarán a notar los efectos de este cambio de ciclo económico. El indicador de referencia en nuestro país de las hipotecas y los créditos a empresas, el Euríbor, ya ha entrado en terreno positivo tras seis años en negativo. Y avanzando.
Toca, pues, diseñar una nueva hoja de ruta que marque una estrategia para optimizar la tesorería en tiempos de subida de tipos, planificando a corto y medio plazo las necesidades de liquidez y ajustando y redefiniendo la estructura de deuda que encaja con el nuevo entorno.
Más allá de la tesitura de si trasladar el incremento de los costes por el alza de la inflación al cliente final para mitigar el estrechamiento de los márgenes operativos, en este contexto de subida de tipos de interés conviene extremar la vigilancia de la liquidez y ser cautos a la hora de tomar decisiones de inversión que supongan un incremento del apalancamiento. Ahora, la prudencia se implanta en los departamentos financieros antes de acometer cualquier proyecto de inversión, esto significa que se va a limitar la capacidad de crecimiento a través de financiación.
De este modo, para afrontar eventuales tensiones de liquidez es necesario buscar fórmulas para optimizar la estructura de capital en el corto, medio y largo plazo. Desde que el BCE inició su política expansiva, inyectando liquidez en el sistema y situando los tipos de interés en mínimos históricos, las compañías han disfrutado de un oasis de financiación virtualmente a coste cero. A nivel de rentabilidad, los bajos tipos han limitado los rendimientos, incluso han sido negativos, y, en la actualidad, en un contexto inflacionista, la liquidez en el banco cuesta dinero.
Precisamente, durante los últimos años se ha extendido de forma sustancial el uso del dynamic discounting, una solución financiera que permite adelantar el pago a proveedores haciendo uso del exceso de liquidez del propio cliente, lo que genera cierta rentabilidad extra en la cuenta de resultados, evita tipos negativos castigando la liquidez, a la vez que ofrece financiación segura a sus proveedores.
En consecuencia, el excedente de caja pierde valor en una cuenta bancaria y en un contexto de subida de tipos la amortización de la deuda barata se antoja como una medida preventiva para evitar tensiones a medio y largo plazo ante el nuevo escenario de encarecimiento de los préstamos.
Si, con todo, la decisión que se toma es buscar alternativas para rentabilizar la liquidez, hay que invertir en activos capaces de batir la inflación. Sin embargo, los activos que pueden superarla, como la renta variable, implican mayor riesgo y en este entorno de prudencia es mejor evitarlo.
En definitiva, de lo que se trata es de optimizar la liquidez, transfiriendo efectivo entre cuentas para evitar costes. En este punto, la digitalización de la tesorería se convierte en una estrategia acertada para tener de forma automatizada un control de la caja y la deuda en tiempo real y, en consecuencia, ayudar a los equipos financieros a tomar las riendas de la tesorería, adecuando los vencimientos de la deuda a la generación de caja y haciendo una previsión de amortización optimizada que no suponga un encarecimiento de la misma.
Cuando los indicadores del precio del dinero se desbocan, hay que ser prudentes y, como dice otro refrán, el buen carpintero: mide dos veces, para cortar una vez.